viernes, 1 de noviembre de 2013

Interioridad



Interioridad

Con estas reflexiones, intuimos que es eso de la interioridad. Es entrar dentro de uno mismo, reflexionar, dialogar con uno mismo, llegar a la verdad de uno mismo y también dialogar con Dios que habita dentro de nosotros, ¿Qué soy yo, pues, Dios mío? ¿Cuál es mi naturaleza?, se interroga Agustín. (10, 17,26) Es en nuestro interior donde juzgamos, buscamos y decidimos nuestro propio destino.

En esta invitación a entrar dentro de nosotros mismos late una afirmación fundamental “En el interior del hombre está la verdad; es en el interior del hombre donde Dios habita como en su templo; es en el interior del hombre donde Cristo, maestro interior, enseña al hombre la verdad” (El Maestro XI,38). Por eso, para construir nuestra vida, tenemos que volvernos a nuestro interior, tocar nuestra vida en todos sus repliegues, porque el hombre nuevo se rehace desde el interior, lo mismo que se corrompe desde su interior. Es lectura evangélica (Mt. 15,10,20)

Uno de los factores de deterioro o inmadurez del hombre actual es que absorbe cantidad de conocimientos, sensaciones, experiencias pero no “interioriza”, no asimila, no reprocesa interiormente. Le falta reflexión, autoconciencia, discernimiento.

Desde ese proceso de interiorización, descubro que mi vida es mía y que tengo que acogerla, que amarla, cuidarla y realizarla como propia. No existe realidad más honda que nuestra propia realidad Estoy delante de mí mismo como en un espejo y tengo que buscarme, aunque a veces, sintamos miedo de constatar que estamos vacíos, o preferimos huir de nuestra propia imagen que nos resistimos a aceptar como propia: la culpabilidad, el resentimiento.

En la interioridad agustiniana el camino no es completo hasta que se da el paso a la trascendencia. O sea, cuando el soliloquio se transforma en coloquio con Dios, como hemos visto, hace Agustín. Una interioridad sin trascendencia puede convertirse en mero narcisismo.


Tenemos que aceptar la plena responsabilidad de nuestro vivir, mantenernos sobre nuestras propias piernas. Somos los protagonistas insustituibles de nuestra propia vida. Ni siquiera “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”•(Sal. 169,11,13) —

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