jueves, 30 de mayo de 2013

Jesús




Amar, es abrir el corazón a los demás, escucharlos, apreciarlos ver en ellos su belleza y su valor, desear profundamente que vivan y que crezcan.
Amar es dar su vida por los demás.
Es perdonar, es ser compasivo.
Pero, por nosotros mismos, no podemos amar de esta manera.
Es por eso que Jesús nos dice que El vino para quitar el miedo que nos encierra en nosotros mismos y en el grupo en donde se disimulan nuestra vulnerabilidad y nuestro aislamiento.
Solamente nos pide seguirlo, abrirle nuestros corazones en una relación personal, creer y tener confianza en El como Aquél a quien el Padre ha enviado; para quitar los pecados y la violencia del mundo y toda forma de miedo y de culpabilidad; para darnos el amor que brota de su corazón; para hacer de nosotros sus hijos bien-amados, llamados a tener parte en la gloria y el amor de la Trinidad.

Jesús nos enseña a vivir, dándonos la carta magna de las bienaventuranzas:
"Dichosos los pobres de espíritu, los mansos y humildes, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los corazones puros, los artesanos de la paz, los que son perseguidos".
Nos dice que no debemos desear el primer puesto, que no busquemos el poder, ni para hacer el bien, sino que busquemos el último lugar, que seamos humildes y nos acerquemos a los pobres; a los que están rotos y a los que sufren.
Porque es en ellos en donde descubrimos el secreto y la fuente del amor.
Nos dice también que si queremos entrar en el Reino de Dios debemos volvernos como niños.
No hay otro camino, porque los secretos del Reino están escondidos para los poderosos, para los sabios y para los inteligentes satisfechos en ellos mismos, y son revelados a los pequeños.

Jesús no es cualquier profeta o santo.
No vino solamente para enseñarnos cómo vivir para que la paz reine en nuestros corazones y sobre la tierra.
No vino solamente para dar un mensaje de esperanza y alentarnos a seguir su enseñanza.
Es más que un profeta y más que un maestro: en realidad. Él es el mensaje.
Su persona, su amor, su corazón, he ahí su mensaje.
Sus palabras son importantes, pero mucho más importantes todavía son su persona, su corazón y su cuerpo.

Era su cuerpo, y no sólo su inteligencia, el que irradiaba la perfección de la fuerza divina.
Es en su cuerpo, canal perfectamente dócil a la gracia, en el que estaba toda receptividad del poder y el amor del
Padre.
Por ello gritó en el templo:
" iSi alguien tiene sed, que venga a mi y beba!"
"Vengan a mí todos los que se doblegan bajo el peso de la carga y Yo les daré descanso.
El que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene la vida eterna y Yo lo resucitaré en el último día".
"Quien me ve, ve al Padre", porque "el Padre y Yo, somos uno".
"El que permanece en mí dará mucho fruto".
"El que cree en mí vivirá eternamente".
Jesús no es solamente el que enseña el camino, el que anuncia la verdad, el que inspira a la gente como lo hicieron otros profetas.
El es el Camino, la Verdad, la Vida.
El es la Luz del mundo.
El es la Resurrección.
El es la vid y nosotros somos los sarmientos.
El es el Amor.
El es el nuevo templo en el cual reside la Divinidad; su cuerpo es ese templo hacia el cual todos deben venir para descansar y para beber, para encontrar la vida y el perdón.

Es el Salvador que viene no para juzgar o condenar nuestro pecado, sino para liberarnos de este terrible peso de culpabilidad y de todos los miedos: el miedo al sufrimiento y a la muerte, el miedo al mal, el miedo al rechazo, al abandono y al vacío, el miedo a ser encontrado culpable — miedos que nos incitan a aferramos a la falsa seguridad del grupo, negándonos a ser verdaderamente nosotros mismos, tal y como Dios nos creó: a su imagen.
Jesús es aquél quien por su cuerpo restableció nuestros propios cuerpos en la unidad y repara el cuerpo roto de la humanidad.
Es aquél que nos llena de su espíritu si aceptamos morir a un espíritu de avidez, de rivalidad y de egoísmo.

Jesús viene para hacer de nosotros los hijos del Padre.
Nos revela la increíble ternura y la esperanza del Padre. Por cada uno de nosotros.
Viene a sanar nuestros corazones heridos invitándonos a cada uno a vivir con El una comunión de amor.
Y a través de esta relación de amor, de esta comunión, nos enseña a abrirnos a una relación de amor y de comunión con los demás.
Cuando releo los evangelios, la vida de Jesús, con todos sus gestos concretos, me emociona la libertad de Jesús, su verdad, y su compasión y su amor por las personas más marginadas, expulsadas fuera del grupo.

Jean VANIER (EL CUERPO ROTO)

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