Espíritu de Dios, Espíritu de Verdad, Espíritu de Amor, Espíritu de Vida, Espíritu firme, Espíritu generoso, Espíritu Santo!
Hacia él dirigen su mirada todos los que sienten necesidad de santificación.
Él es fuente de santidad, luz para la inteligencia; él da a todo ser luz para entender la verdad.
Aunque inaccesible por naturaleza, se deja comprender por su bondad; con su acción lo llena todo, distribuyendo su energía según la proporción de la fe.
Simple en su esencia y variado en sus dones, está íntegro en cada uno e íntegro en todas partes. Se reparte sin sufrir división, deja que participen en él, pero él permanece íntegro, a semejanza del rayo solar cuyos beneficios llegan a quien disfrute de él como si fuera único, pero, mezclado con el aire, ilumina la tierra entera y el mar.
Así el Espíritu Santo está presente en cada hombre capaz de recibirlo, como si sólo él existiera y, no obstante, distribuye a todos gracia abundante y completa; todo disfrutan de él en la medida en que lo requiere la naturaleza de la criatura.
Por él los corazones se elevan a lo alto, por su mano son conducidos los débiles, por él los que caminan tras la virtud, llegan a la perfección. Es él quien ilumina a los que se han purificado de sus culpas y al comunicarse a ellos los vuelve espirituales.
Las almas portadoras del Espíritu Santo se vuelven plenamente espirituales y transmiten la gracia a los demás.
De esta comunión con el Espíritu procede aquel gozo que nunca terminará, de aquí la permanencia en la vida divina, de aquí el ser semejantes a Dios, de aquí, finalmente lo más sublime que se puede desear: que el hombre llegue a ser como Dios.
San Basilio Magno
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