Tan lejos y tan cerca
“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y fuera de mí te buscaba; desfigurado y maltrecho, me lanzaba, sin embargo, sobre las cosas hermosas que tú has creado. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me tenían lejos de ti esas cosas que no existirían si no tuvieran existencia en ti. Me llamaste y me gritaste hasta romper mi sordera. Brillaste sobre mí y me envolviste en resplandor y disipaste mi ceguera. Derramaste tu fragancia y respiré. Y ahora suspiro por ti. Gusté y ahora tengo hambre y sed. Me tocaste y quedé envuelto en las llamas de tu paz”.
La vocación cristiana se presenta de un modo casi paradójico. Quien vive este encuentro tiene la certeza de que ha sido llamado, es decir, que de no ser porque Dios se resolvió a entrar en su vida, jamás lo hubiera hallado. Es algo como caído del cielo, algo que vino así, gratis. Pero sabe también que esa realidad que ha venido de un mundo tan alto e inaccesible, acechaba por otra parte desde lo próximo, tanto es así que podría decirse que estaba dentro, y esa fuerza, ese reino, a pesar de estar tan a la mano, no se dejaba ver. Hay algo de humor en todo esto. Esa voz que me llama estaba junto a mí, jamás estuvo lejana, nunca fue indiferente, y me sorprendió así, repentinamente, ¡como desde dentro! “En definitiva, ¿qué dice la Escritura? Que la palabra está cerca de ti” (Rom 10, 8). El que ha sido llamado experimenta que esa Palabra, Jesucristo, estuvo cerca siempre, cerca de todas sus búsquedas, sus deseos más hondos, su historia… ¡Es como si se hubiese dejado ver algo, alguien, que, por otra parte, conocía ya en cierta manera! Tal vez porque era lo que deseaba en el fondo, como si Jesús fuese el colmo de todo lo que yo quería y soñaba para mí. “El reino de Dios no vendrá de forma espectacular, ni se podrá decir: ´Está aquí, o allí´, porque el reino de Dios ya está entre ustedes” (Lc 17, 20s), o, como admiten otras traducciones, “está dentro de ustedes”. Esa interioridad, esa invisibilidad, no alude a una realidad que incumbe solo a la intimidad, no. Nos está diciendo que Dios toca lo más profundo de la existencia de una persona, la transforma desde la raíz, la convoca desde su centro, desde su libertad, como si la invitara a nacer otra vez, desde lo más santo, lo más bello, lo más puro. Es allí donde Dios inaugura su revolución. En lo secreto.
fuente: http://www.religionenlibertad.com
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