martes, 3 de septiembre de 2013

El Silencio




El Señor nos invita a silenciar el corazón. Cuando en casa una mamá está dando una indicación a sus hijos, o cuando en la escuela una maestra está dando clases, lo menos que exigen es silencio. Si en vez del silencio el otro está a su vez hablando, se le dice escúchame, no mires para otro lado si te estoy hablando, no comiences a hablar antes de que yo termine de decir las cosas’.

El silencio es elemental para la comunicación, porque es el ámbito que necesita la Palabra para ser dada. Y en este tiempo buscamos un silencio superior, mas profundo, reverente, cariñoso, acogedor, un silencio del corazón que permita que la Palabra venga a nosotros y sea fecunda. Recordemos aquel relato donde el Profeta Elias va al monte Horeb a encontrarse con Dios. El pensó que el paso de Dios iba a ser muy evidente, llamativo, y sin embargo “ni estuvo en el huracán que partía las montañas, ni en el terremoto. Estuvo en el rumor de una brisa suave.” Elías lo esperaba en la estridencia, en lo majestuoso, en lo llamativo. Pero Dios quería hablarle en el silencio. Nosotros podríamos decir que Dios lo había hecho pasar de una ‘adolescencia espiritual’, donde era necesaria una manifestación más llamativa –como es el triunfo de él en la batalla relatada en versículos anteriores de este relato-, a una ‘madurez interior’, en la que Dios se manifiesta silenciosamente, en la intimidad del corazón.

También nosotros tenemos que recorrer este camino espiritual. No es raro que a lo largo de la vida Dios se nos haya manifestado al comienzo de un modo quizá más claro, más evidente. Y no es raro tampoco que luego nos vaya hablando cada vez más bajito, con menos ruido pero más hondamente. Ese mismo camino espiritual, es el que debemos intentar. Ese itinerario interior del ruido al silencio, de la dispersión a la interioridad, que nos permita reconocer la visita de Dios para mí personalmente.

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