Nos has regalado un corazón ancho y fértil,
Señor de la Vida,
que apenas conocemos y exploramos.
Ayúdanos a salir
de nuestros refugios,
lo conocido, lo que sabemos,
adonde estamos seguros…
para ir al encuentro
de todo lo que has sembrado para nosotros.
Cuando nos sorprenda nuestro egoísmo
y echemos a perder lo mucho recibido
acompáñanos
no nos abandones en el dolor y el fracaso.
Como el agricultor sencillo
que sabe sembrar de nuevo
entre las cenizas del campo quemado,
Dios bueno y fiel, trabaja nuestra tierra
para que nazcan los retoños
de nuestras posibilidades nuevas,
porque, de tu mano,
siempre hay lugar y tiempo
para una nueva cosecha
que de frutos de nosotros
que aún no conocemos.
Somos la tierra en tus manos,
podemos ser tus frutos soñados…
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