sábado, 20 de abril de 2013

“La gran aventura” (fragmento)



Meditación de P. van der Meer de Walcheren

Aquí tienen un fragmento de la excelente y breve obra “La gran aventura” de P. van der meer de Walcheren, la última de este autor, escrita ya en su celda como oblato benedictino, luego de la muerte de su esposa, en 1953.

“Es usted un multimillonario espiritual”- me dijo Léon Bloy, hace más de cuarenta años, en el día de mi bautismo.
Soy católico: lo he recibido todo, la vida total de la tierra, la vida de la Iglesia y la vida de Dios.

Pero no me está permitido sepultar esta fortuna en la tierra, sino que debo usufructuarla, explotarla infatigablemente, y dar, dar, entregarlo todo, devolverlo a Dios y a mis semejantes (…)
Si veo la vida terrena a los rayos de esta luz –la luz del lado interior de la vida- todas las cosas, grandes y pequeñas, todos los sufrimientos y todas las alegrías adquieren significación y sentido: sé que todo tiene sentido, que es una señal, un signo de todo el trasmundo del espíritu, el que explica la realidad de la vida insondables del Dios vivo. Nuestra vida, la vida de los hombres, ya no puede separarse de la vida de Dios.

Y la vida en la tierra vivida de tal suerte, con Dios, por Dios y en Dios, es la gran aventura de todos los prodigios inesperados, y esta vida no conoce desengaño alguno, por más que mis débiles fuerzas me exponen siempre al fracaso humano, por más que el dolor y la miseria, la incertidumbre humana destrocen mi corazón –“Spes contra spem”, esperando contra toda esperanza, estoy efectivemnte en manos de la Providencia- esta vida no conoce desengaño alguno, nunca, al menos si soy intrépido y sencillo, humilde y simple, si siempre miro recto en los ojos a la Verdad y al Amor- ¡mientras camino sobre las aguas!-.

Lo sé: el cristianismo no es cómodo. Es demasiado sencillo, es amor, es fuego que consume, “ignis consumens”. El cristianismo va inexorablemente contra todo lo que es cómodo y agradable, placentero y halagador para el hombre físico, corporal. (…)
Seguridad, sentirse al abrigo de todo, creerse libre de todo riesgo, no querer advertir ni comprender que el cristianismo es la aventura divino-humana que debe vivirse heroicamente –en una palabra, el ideal burgués- es para los católicos más catastrófico que la comisión de cualquier pecado. A esta clase de pecados se refiere Nietzsche cuando dice: “¡Vosotros, los cristianos, tenéis una cara de estar tan poco redimidos!”

No comprenden, no saben que el lugar del católico en la tierra es la Cruz. La Cruz es la medida divino-humana del hombre. La Cruz me extiende y prolonga hasta el extremo de las dimensiones de mi verdadera figura. La Cruz me eleva por encima de la tierra, y está plantada en la tierra. De esta manera la Cruz explica el lugar del hombre católico: no es del mundo, en cierto modo es un extraño en el mundo. Y sin embargo está en le mundo, un árbol que enraíza en la tierra (…)

Si el católico se ocupa sobrenaturalmente de lo único necesario, y colmado de Dios, adherido interiormente a Dios –podría expresarlo así: quiero pender de Dios como Jesús pende de la Cruz- se entrega exclusivamente a la consideración de las cosas divinas, servirá al propio tiempo a los ideales naturales de justicia, de paz, de amor al prójimo, el amor puro, y, sirviéndolos, los realizará. (…)
Consciente de la inmensa tarea, dándome perfecta cuenta de mi propia impotencia y de la enorme finalidad, sé muy bien que mi actividad estará siempre muy cerca del cero y hasta debajo del cero. Mas Dios conoce mis anhelos, mis esfuerzos, mi voluntad, y Él completará, en lo oculto o públicamente, las más de las veces de muy distinto modo al que yo espero, siempre con un portento, mi plegaria deficiente y mis obras lastimosas, que trato de llevar a cabo en su amor y por su amor y para su mayor gloria.
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