lunes, 18 de marzo de 2013
ORAR ES...
• Orar no es “pensar” en Dios. Sólo eso no basta.
• Orar es conversar con Dios como se conversa con una persona a la que le tengo mucha confianza (con esa persona no sólo converso de los demás, sino que le llego a contar mis asuntos, lo que sufro y lo que me alegra y sé que no va a ir con el chisme a nadie).
• Orar es tratar a Dios como amigo íntimo (“como un amigo habla con otro amigo”), como algo muy natural, nada complicado, ni forzado, pero muy importante, indispensable en nuestra vida...
• Orar es algo muy humano... Por eso no oran mejor los que más saben, sino los que más sienten: “Te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y se les has mostrado a los pequeños” (Lc 10,21).
• Muchas veces podemos en nuestra preocupación por hacer oración, preguntarnos si hay algún libro bueno para eso, algún método fácil para orar, y la verdad es que la raíz de la oración está en uno mismo: la mejor fuente, el mejor pozo, lo tenemos en nuestro corazón.
• Orar es dejar a Dios que nos haga descubrir la necesidad que tenemos de él y sentir el amor que nos tiene.
• Orar es sentirse hijo de Dios. Sentirse en los brazos de un Padre tan bueno y misericordioso.
• Orar es ir dejándose llenar de los sentimientos de Jesús: pensar como pensaba Jesús, sentir como sentía él, querer lo que quería Jesús, amar como amaba él, hablar de lo que él hablaba, actuar como actuaba él...
• Orar es vivir; no es “soñar”, sino salir del “sueño” en que vivimos. Orar es despertar, es vivir la vida, la que vivimos... La oración que nos saca y hace huir de la vida, la que nos hace dormir y estar tranquilos... no es oración. Eso no es vivir, sino dormir y soñar...
• La oración hay que vivirla, como la amistad. Es decir, hay que vivir el encuentro con Dios. Una cosa es soñar en un río y otra cosa es disfrutar del río metiéndose dentro de él... La sed se quita bebiendo agua y no “pensando” en una fuente de agua fresca...!
La oración no es algo que nosotros le damos a Dios (¡a Dios no podemos darle nada!).
¡Es abrirle nuestro corazón, para que Dios mismo se nos dé a nosotros!
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