A mis ojos, la misericordia [de Dios], es el amor que obra con dulzura y plenitud de gracia, con compasión superabundante.Actúa para guardarnos; para que todas las cosas sucedan para nuestro bien. Permite, por amor, incluso que faltemos, en cierta medida. Tantas veces faltemos como caigamos; tantas veces caigamos como muramos... Sin embargo, la mirada dulce de la piedad y del amor jamás se aparta de nosotros; la misericordia nunca se acaba.
He visto lo que es propio de la misericordia y he visto lo que es propio de la gracia: son dos maneras de actuar de un solo amor. La misericordia es un atributo de la compasión, y proviene de la ternura maternal; la gracia es un atributo de gloria, y proviene del poder real del Señor en el mismo amor.
La misericordia actúa para protegernos, sostenernos, vivificarnos, y curarnos: en todo esto es ternura de amor. La gracia obra para elevar y recompensar, infinitamente más allá de lo que merecen nuestro deseo y nuestro trabajo; difunde y manifiesta la generosidad que Dios, nuestro Señor, nos prodiga en su cortesía maravillosa. Todo esto viene de la abundancia de su amor. Porque la gracia cambia nuestra flaqueza en consuelo abundante e infinito, la gracia convierte nuestra caída vergonzosa en un levantamiento sublime y glorioso, la gracia cambia nuestro triste morir en una vida santa y bienaventurada.
En verdad lo he visto: cada vez que nuestra perversidad nos conduce, aquí abajo, al dolor, la vergüenza y la aflicción, la gracia, por el contrario, nos conduce al consuelo, la gloria y la felicidad. Y con tal superabundancia, que llegando a allá arriba para recibir la recompensa que la gracia nos tiene preparada, agradeceremos y bendeciremos a nuestro Señor, regocijándonos sin fin por haber sufrido tales adversidades. Y este amor bienaventurado será de tal naturaleza que veremos en Dios cosas que jamás habríamos podido conocer sin haber pasado por estas pruebas.
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