Pedro, Santiago y Juan en la cima del monte
contemplaron a Jesús con tus propios ojos
Iban subiendo con el Jesús de siempre
y de pronto, al llegar, se transfiguró
su rostro brilló más que el sol
y el resplandor que salía de su cuerpo
impregnó a sus vestidos de la nitidez vibrante
que tienen las nieves eternas de las montañas
cuando las embiste el sol.
Pero no era Jesús el que había cambiado
los ojos de los apóstoles fueron los transfigurados
tú les diste de tu luz
y pudieron ver a Jesús como tú lo ves.
Lo vieron lleno de gloria
tenía el mismo peso de tu majestad
pero no humillaba ni hería
porque era pura gracia y misericordia
puro amor y lealtad
la hermosura de su rostro no desnudaba la propia miseria
convidaba más bien a la participación
daba muchísimo contento y una paz imposible de expresar.
De pronto aparecieron Moisés y Elías.
Hablaban del Exodo de Jesús en Jerusalén
de su Pascua de ignominia
que sería sin embargo de liberación definitiva
Pero ellos eran puros ojos, no querían escuchar
querían quedarse a ver el Reino de Dios
se conformaban con quedarse a ver para siempre
no sabían que tu Reino no es para contemplar
como quien ve un programa de televisión
tu Reino es para vivirlo, para participar.
Por eso los cubrió la nube y ya nada vieron
pero escucharon la Voz
"Este es mi Hijo, mi predilecto: Síganlo".
Tú los invitabas, Señor, no a ver como mirones
sino a vivir en el seguimiento de Jesús
hasta transformarse, ellos también, en hijos tuyos.
Dentro de poco entrarían no en tu nube preñada de vida total
sino en la noche lóbrega del poder de las tinieblas.
Para que no sucumbieran tú les regalabas
los ojos que brotan de la fidelidad.
Pero ellos nada entendieron
Estaban asustados por lo que se les venía encima en Jerusalén
el miedo hacía vacilar la fidelidad
y se nublaban los ojos y ya no veían tu gloria en Jesús.
Sólo cuando él se fue y les dejó el Espíritu
se les abrieron los ojos y dieron testimonio de Jesús.
Dieron su vida con alegría porque contemplaban tu gloria
no ya como mirones sino como hijos tuyos
Si viéramos, Señor, con tus ojos
veríamos que no es oro todo lo que reluce
y veríamos la desnudez del pobre
cubierta por el manto divino de tu gloria.
Veríamos que los ricos son los que oprimen
los que ultrajan tu santo Nombre
y los pobres según este mundo aparecerían ante nuestros ojos
como los elegidos por ti para hacerlos ricos en la fe
y herederos de tu reino prometido.
Si miráramos con tus ojos a los seres humanos
reconoceríamos en los rostros sufrientes de los pobres
los rasgos de tu Hijo que nos interpela.
Claro que tú también ves los pecados de los pobres
ellos son santos no porque sean inocentes o tengan méritos
sino porque tú los cubres de tu gloria como un escudo protector
para que no sucumban de abandono, desprecio, opresión
tú los llenas de tu presencia para que puedan vivir de ti.
Pero cuando los pobres aceptan tu propuesta
y viven de la fe que tú les das
en ellos resplandece tu hermosura de otro modo
se echa de ver que la gracia agracia
y estos pobres con espíritu sin dejar de ser pobres
a través de su barro transfigurado reflejan desnudamente
lo más desarmado e indestructible
tu misericordia y tu fidelidad.
Señor, nos sale pedirte tus ojos
y tú nos contestas como a Pedro, a Santiago y a Juan:
Sigan a Jesús y tendrán la Luz de la Vida
no hay más luz que la del Camino.
Primero es andar que ver
Son los ojos de la fe que camina en la solidaridad
Es lo que dijo un poeta: "ciego sigo la voz/y me nacen ojos"
Danos, Señor, seguir a tu Hijo
para que en la obediencia veamos con tus ojos
a las personas, a toda la creación y a nuestro propio corazón
hasta que mediante el servicio fraternal
la tierra toda se transfigure en la Nueva Creación.
Padre Pedro Trigo SJ
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