A veces nos sentimos fuertes y listos para grandes azañas... Otras veces, apenas logramos sostenernos sobre nuestros pies. Pero el Señor conoce y ama nuestra pequeñez, sale sin escándalo a socorrer nuestra pobreza. Su misericordia es nuestra esperanza ciega, nuestra certeza más robusta.
Para los cansados, los que caemos una otra vez, los que casi podemos tocar la herida abierta de nuestras miserias y aún así vemos que el corazón no desfallece, nos viene bien recordar que Dios nos ama incondicionalmente. Esto nos anima en la tarea de ser santos, nos integra, nos conmueve.
"Un santo es imposible si no es un hombre, no digo un genio, sino un hombre completo dentro de sus propias dimensiones" (San Alberto Hurtado).
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