El sol no se avergüenza de ponerse,
no siente nostalgia de su brillo matutino,
no piensa que las horas del día le estén “echando” del cielo,
no se experimenta menos luminoso ni hermoso
por comprobar que el ocaso se aproxima,
no cree que su resolana sobre los edificios
sea menos importante o necesaria
que la que hace algunas horas
hacía germinar las semillas en los campos,
o crecer las frutas en los árboles.
José Luis Martín Descalzo
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