domingo, 17 de febrero de 2013

EL PECADO DE DAVID


La verdad de sí frente a Dios.



Es muy fuerte y profunda la reflexión que nos comparte el Cardenal Martini a partir de la historia del Rey David y Betsabé (2 Samuel, 11 y 12) Una historia que nos increpa y nos invita a revisarnos interiormente, sin máscaras, sin condicionamientos.
Sabemos que el Rey David fue considerado el hombre más justo, el más honesto y el más sabio. Sin embargo tampoco él pudo evitar la tentación, personificada en Betsabé, esposa de Urías. El rey se enamora de una mujer que no debía tener, pero, usando su poder envía a Urías intencionalmente a una muerte segura. Lo más difícil de esta situación, es que David no reconoce su pecado… su conciencia no lo interpela hasta que el Señor envía al profeta Natán:

“Como sabemos, Natán le dijo que había dos hombres, uno rico y uno pobre; el rico tenía mucho ganado, y el pobre solamente una ovejita, que había crecido en su casa junto con los hijos, comía de su pan y bebía en su copa. Al hombre rico le llega un huésped, y para atenderlo le roba la ovejita al pobre para no gastar nada de lo suyo. David se llenó de ira y dijo: "Vive Yavé 
que el que ha hecho tal cosa es digno de muerte, y pagará cuatro veces el valor de la corderilla por haber hecho esto y haber obrado sin piedad. Entonces Natán dijo a David: ¡Tú eres ese hombre!". Ante la palabra de Dios que le revela su verdad (por sí solo no hubiera podido) David comprende y dice: "He pecado contra Dios". 

Noten: aquí David reconoce que en todo lo que ha hecho, en todos esos embustes de relaciones humanas, es a Dios a quien ha ofendido. Dios fue quien puso este orden, estas relaciones 
humanas en la verdad. David, pues, es hombre que ante Dios vuelve a encontrar la verdad de sí mismo, y al reencontrarla ya no le teme a nada de lo que antes lo tenía como sofocado. No tiene miedo de reconocer públicamente su pecado, ni de aceptar que él es el perdedor: el 
Señor haga de mí lo que quiera, porque yo soy un pecador. No tiene miedo de que se sepa públicamente lo que él ha hecho; si nosotros conocemos esta narración, fue porque se divulgó 
públicamente. Vemos que un hombre, que en defensa de sí había llegado hasta matar a un hermano, cuando renuncia a esta pretendida honestidad y se reconoce pecador ante Dios, recupera su libertad, la fuerza de aceptar la situación, de mirar con la frente alta a los demás, de reconstruir, de dejarse purificar por el Señor. ¡Qué no habría dado este hombre, cuando todavía no sabía resolver el problema, para lograr salir de esa situación! Si hubiera tenido que dar de comer a todos los pobres de Jerusalén durante un año, lo habría hecho, con tal que el Señor lo librara de ese lío. Pero no se atrevía a hacer la única cosa verdadera, es decir, 
reconocer su pecado. A un cierto punto tiene que hacerlo, pero porque el Señor ha permitido que terminara en un homicidio: entonces abre los ojos y se revela por lo que es.

Respecto de esto podemos meditar: Señor, nosotros no nos conocemos, no sabemos que hay situaciones que en poco tiempo pueden arrollarnos y llevarnos a donde no podemos ya hacer nada. Sabemos que si seguimos considerándonos justos en estas situaciones, sin aceptar nuestro pecado, no hacemos sino endurecerlas. Más en general podemos decir: Señor, cuán miserable es la suerte del hombre que, aun queriendo amar a todos los hermanos, se ve obligado por el miedo a oprimir a uno y a otro con tal de salvarse a sí mismo.
Aquí vemos la profundidad a la que Jesús quiere que lleguemos al interpretar su palabra: "Tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber...". No se trata sólo de obras de caridad, que David hubiera hecho sin fin, sino de aquella caridad que acepta relaciones justas y no puede aceptarlas sin reconocer algunas veces que es pecador y ser públicamente humillado por la propia incapacidad para realizarlas. “ (CARLO M. MARTINI)

Tal vez este tiempo de cuaresma es una oportunidad para cuestionarnos interiormente y acercarnos a Dios, nuestro Padre Misericordioso, que como a David, nos pide que nos reconozcamos débiles y pecadores, nosotros primero para poder generar esa conciencia que nos detendrá ante el mal, sabiendo que sólo hubo un hombre sin pecado. Nadie más. Ningún ser de este mundo podrá arrojar la primera piedra. Sin embargo Dios no abandonó a David, no nos abandona a nosotros… trata de recuperarnos … PERDONA. Y perdona siempre.

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