Después de celebrar el misterio entrañable de la Navidad y asimismo después del Tiempo Pascual, se pasa al llamado «Tiempo Ordinario», también lleno de celebraciones importantes: el misterio de la Trinidad, del Cuerpo y Sangre de Cristo, y de tantos hechos de la vida del Señor en la tierra que nos señalan las huellas sobre las que hemos de pisar los hombres para alcanzar nuestro fin, la vida eterna en el seno de Dios Padre. Jutta Burggraf nos advierte que es ya aquí, en la tierra, donde podemos y debemos ser como Cristo (camino, verdad y vida).
El Hijo de Dios ha entrado plenamente en nuestra realidad humana. Ha dicho un sí insuperable a esta tierra de la que hemos sido hechos; ha dicho un sí a un mundo limitado y a una situación imperfecta. Desde entonces, el tiempo y la historia, la alegría y el dolor, el trabajo y el descanso están penetrados hasta lo más hondo de la presencia del Redentor. El reino de Dios está ya en medio de nosotros, y se trata de descubrirlo en el fondo de las situaciones más diversas que nos presenta la vida: no sólo en las cosas agradables, limpias y correctas, sino también allí donde se muestran el sufrimiento y el error, donde uno constata desviaciones del buen camino y todo puede parecer feo, sucio y malogrado. Cristo no vaciló en comer en las casas de los pecadores públicos; incluso permitió la presencia de Judas durante tres largos años y buscó la amistad con el traidor: porque no se puede ayudar a quien no se ama de verdad.
Realismo cristiano
Un cristiano que quiere seguir a su Señor toma en serio toda la realidad humana. Es en este mundo nuestro, en los hombres y mujeres, en sus mentes y sus corazones donde puede encontrar a Dios, de un modo mucho más vivo que en teorías y reflexiones. Pero ha de tener en cuenta que los cambios históricos afectan también la interioridad humana. Hoy en día, una persona percibe los diversos acontecimientos del mundo de otra forma que las generaciones anteriores, y también reacciona afectivamente de otra manera. Por esto, es tan importante saber escuchar para quien quiere prestar una ayuda eficaz.La fe hace realista al hombre y le llama a corresponder a las necesidades que descubre en su alrededor, a sentirse solidario con los demás, y especialmente con los más pobres. Despierta el deseo de servir a Cristo en ellos. Pero no basta dar "cosas" al otro. En analogía a su Señor un cristiano quiere dar algo de sí mismo, de su propia vida, de lo que está vivo en él. Comparte sus alegrías y sus penas, sus ilusiones y desilusiones, sus experiencias y planes para el futuro, en una palabra: se da a sí mismo, ofrece amistad. Hay personas que trabajan fervorosamente en labores sociales, pero que nunca han podido realizar un verdadero encuentro con otra persona, en el que cada uno se muestre al otro tal como realmente es.
Me parece que el modo más noble de contribuir al desarrollo de la creación consiste en servir a los demás, en ayudarles para que cada uno llegue a ser felizmente aquel a quien Dios ha querido desde siempre. Pero, para que una persona pueda realizar sus posibilidades más altas, es importante aceptar primero sus necesidades más básicas y elementales, es decir la "tierra" de la que está hecha: conviene no cerrar los ojos ante sus anhelos y frustraciones, su cólera y sus decepciones, su miedo y su desamparo, y tampoco ante la pesadez y la falta de lógica que se encuentran, después del pecado, en cada corazón humano.
"La gloria de Dios es el hombre vivo" (San Ireneo), es decir el hombre auténtico, sin apariencia ni hipocresía, que sabe emplear los talentos recibidos: que es capaz de pensar por cuenta propia, de amar lo que realmente quiere amar, y de no esconder el rico mundo de sus sentimientos: "Un corazón que sabe amar, un corazón que puede conocer la ansiedad y el sufrimiento, que puede afligirse y conmoverse, es la característica más específica de la naturaleza humana," dice el filósofo Von Hildebrand. Ninguna vivencia humana es despreciable para un cristiano, ya que todas menos el pecado fueron asumidas e iluminadas por Cristo. No se puede "saltar" la situación terrena para llegar a lo divino. Cuanto más santa es una persona, más humana es. Y al revés se puede decir lo mismo: cuanto más humana es una persona, más fácilmente puede llegar, con la gracia de Dios, a ser santa. Viene a la memoria la leyenda griega del gigante Anteo, que era invencible mientras tocaba el suelo, mientras estaba sobre la tierra.
Tomar en serio a una persona, con sus deseos de aprecio y comunicación, equivale a revalorizar su personalidad. Conviene promover un estilo de amistad y participación entre los hombres. Es necesario no sólo respetar sino cultivar el modo propio de cada uno, interesarse verdaderamente por los demás y responder gustosamente a todas sus interrogantes. Aunque, de vez en cuando, se produzcan malentendidos y suframos decepciones, nunca debemos "cerrar una frontera, sino abrir una puerta;… no reprochar errores, sino buscar virtudes." (Pablo VI)
La pluralidad entre los cristianos constituye un gran bien. (Juan Pablo II) Todo uniformismo, en cambio, asfixia la vida y no crea sino una apariencia de «armonía, mientras que la verdadera unidad potencia las diferencias. Esto no significa que siempre resulte fácil vivir la unidad en la diversidad; pero, al menos, tenemos la certeza de que este desafío se halla en la misma línea que el camino que enseña Jesucristo. La gracia de Dios es "multiforme".
Pero la vida cristiana no es solamente una vida entre cristianos. Hace falta un profundo respeto hacia todas las personas, cualquiera que sea su creencia o ideología. Un "discípulo" de Cristo es uno que aprende continuamente, como el propio nombre indica. Es uno que está dispuesto a dialogar en serio con los demás , y a descubrir los elementos de verdad que cada planteamiento contiene.
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