jueves, 4 de septiembre de 2014

Feliz Día de la Consolación






Hoy no es un día más para los que formamos parte de la familia de la Consolación. Hoy veneramos especialmente a nuestra Madre, nuestra protectora y compañera de cada día. Ella, que nos convocó y nos acogió con maternal ternura, hoy nos reúne para vivir la esperanza, la alegría y el servicio en comunidad. Nuestra familia agradece hoy especialmente a toda la Comunidad de Hermanas que con tanto cariño nos permitieron ser  parte de su vida.


Madre de Dios y Madre nuestra
Señora de la Consolación.
Cuida el don maravilloso de nuestras vidas,
bendice nuestras familias y comunidades,
acarícianos en los momentos de tristeza y soledad,
confórtanos en la enfermedad y en el sufrimiento.
con tu dulce mirada sana nuestras heridas.
Ayúdanos a vivir nuestra fe cristiana con alegría,
acrecienta nuestro compromiso misionero
y danos, Madre Santa, el consuelo que acunas entre tus brazos,
Tu Hijo Jesucristo Nuestro Señor.
Amén

martes, 19 de agosto de 2014

Evangelio del Martes 19 de Agosto del 2014


La Libertad.- Martín Descalzo



Hoy sigue el Evangelio con el tema de la salvación. Es la continuación del texto de ayer. Es que resulta que el hombre que preguntó a Jesús era rico. Por eso se fue asustado cuando Jesús le dijo que tenía que “dejarlo todo”. ¿Cómo iba a dejarlo todo si ahí había puesto su seguridad? Él no quería dejar nada sino agarrar más. No le bastaba lo que tenía (ni las cosas ni el título de cumplidor oficial de todas las normas y leyes).

Quería más. Quería asegurarse la salvación. Porque, con una cierta lucidez todavía, se daba cuenta de que todo eso que tenía no valía para nada. Es que, en el fondo, la cuestión no es de tener más o menos sino de la actitud, de la relación que uno tiene con las cosas. El que tiene para compartir es feliz con lo que tiene y con lo que da. Y sabe que lo más importante es la relación con sus hermanos. Sabe que lo que tiene es accidental, accesorio, secundario.

Jesús fue radicalmente libre porque libren-lente se entregó a realizar la obra de su Padre; lo fue porque libremente aceptó la muerte por los demás; lo fue apostando Por la verdad y sabiendo que le llevarla a la muerte, respetó la libertad de Judas aunque sabía que le traicionarla; fue libre Porque no estuvo atado a las pasiones ni al pecado; fue libre Porque se realizó plenamente a sí mismo sin pensar jamás en si mismo; fue libre porque fue liberador y fue liberador porque antes había sido verdaderamente libre.

Notas sobre la libertad
Martín Descalzo

¿Por qué se habla ahora tanto de libertad? ¿Será tal vez por- que tenemos menos que nunca? Es ésta una palabra que no se nos cae de los labios aparece en las pancartas de todas las manifestaciones; está detrás de las causas por las que se combate; incluso entre bandas que discuten entre sí, las dos enarbolan esa misma bandera. ¿Será porque siempre se habla y se pide lo que no se posee?

Cuando leo a los grandes escritores clásicos veo que ellos hablan poco de libertad. Pero la respiran. Sus escritos dan la impresión de gente que se siente bien instalada en el mundo, que vive sus aventuras humanas con naturalidad, con una especie de seguridad desenvuelta, de la que los hombres y escritores de hoy carecen absolutamente.

Ahora, en cambio, todos quieren «liberarse». Las mujeres hablan de su liberación; los jóvenes exigen, ante todo, la libertad frente a sus padres; clamamos por la libertad política, la libertad de información, la libre elección de trabajo. Y parece que nadie fuera realmente libre. En política, ya sabemos que la democracia es el arte de elegirse un dictador cada cuatro años. Que la libertad de televisión consistirá en que podremos elegir entre cinco canales, sabiendo que los cinco serán generalmente idiotas y que al final seremos libres para todo menos para dejar de encender el cacharro, porque se ha vuelto una droga de la que ya no sabemos prescindir.
Hace días ha comenzado la televisión mañanera. ¿Somos más libres? Ha cambiado, simplemente, el horario en que las mujeres hacen sus compras y hasta parece que ha disminuido el número de enfermos que acudían a los dispensarlos. ¿A costa de qué? De una nueva cadena que ata a las mujeres a ver Dinastía.

Y el automóvil, ¿nos ha dado libertad? Ahora somos más li- bres en nuestros desplazamientos, pero a veces tardamos el doble en realizarlos por los atascos, y hemos perdido la libertad de res- pirar aire puro. Se diría que cada nueva liberación trajera consigo una nueva cadena. ¿Y puede decirse que no son esclavos los miembros de una civilización en la que el noventa y cinco por ciento de ellos se ve obligado a hacer un trabajo que no ama? «Para las clases inferiores -decía Sam Johnson-, la libertad es poco más que la elección entre trabajar y morirse de hambre.» ¿Y son acaso libres los ricos, encadenados como están a su dinero y a las convenciones de su clase?

Y, sin embargo, habría que decir rotundamente que es la libertad lo que nos hace hombres. «La libertad, amigo Sancho -decía Don Quijote-, es uno de los primeros dones que a los hombres dieron los cielos: con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, as! como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.»

Pero ¿qué es verdaderamente la libertad? Aquí hay que salir en seguida al paso del mayor y más corriente de los equívocos: la libertad no puede ser el capricho, la «real gana», el derecho a despilfarrar nuestra propia alma. La libertad tiene que ser algo positivo. No es libre una veleta por el hecho de que pueda girar, cuando es, de hecho, esclava de todos los vientos. «La libertad -decía Platón- está en ser dueños de la propia vida.» La libertad tiene que ser la posibilidad de realizar nuestro proyecto de vida sin que nadie lo impida desde fuera, ni nada lo devalúe des- de dentro. Quien no tiene un proyecto claro de vida, quien no sabe lo que es y quiere ser, jamás será libre. Podrá no sentirse encadenado, pero lo estará a su propio vacío. La libertad es algo que está al servicio de nuestra autorrealización.

Para disfrutarla hay que tener entonces, en primer lugar, un proyecto propio de vida. «La única libertad que merece este nombre -decía Stuart Mill- es la de buscar nuestro bien por nuestro propio camino.» Por eso toda libertad empieza por someterse a una ley: la de seguir el camino que hemos libremente elegido. Salirse de ese camino o no tenerlo -con la disculpa de que caminando a campo traviesa somos más libres- es carecer de toda verdadera libertad. No hay libertad sin voluntad libremente asumida. No hay libertad sin razón, sin sujetarse a las reglas que toda razón impone. «Quién, en nombre de la libertad -Como decía Ortega-, renuncia a ser el que tiene que ser, ya se ha matado en vida: es un suicida en pie. Su existencia consistirá en una per- petua fuga de la única realidad que podía ser.»

¿Y qué es un proyecto de vida? Es la suma de cuatro factores-. la realidad de nuestra naturaleza + las circunstancias personales y sociales en que vivimos + la luz de la meta ideal que nos hemos propuesto + el esfuerzo constante para conseguirlo. Si falla cual- quiera de estos cuatro factores, nuestra vida será esclava e in- completa.

Por eso, en primer lugar, la libertad es algo que se realiza siendo lo que somos y tal como somos. Nadie es libre en la piel de su prójimo. Sólo somos libres «desde» nosotros mismos, asumiendo cordialmente lo que somos, listos o tontos, gordos o flacos, valientes o cobardes. Esa es la tierra desde la que hay que construir. No desde los sueños. Una libertad soñada es eso: un sueño.

El segundo factor son nuestras circunstancias: tenernos que ser libres dentro de la civilización en la que de hecho vivimos; libres desde la educación que hemos recibido y de la que podemos recibir; libres -relativamente-,desde nuestras circunstancias económicas y sociales. M tope de libertad no será el del rey o el del pordiosero. Yo tengo que llenar hasta el límite «nús» cotas de libertad, no las que imaginariamente pude tener.

Luego está -fundamentalísimo- el ideal por el que libremente hemos apostado. Y seremos libres estando «al servicio» de ese ideal, que a veces parecerá que nos encadena, pero que nos está multiplicando. Sólo se es libre cuando se tiende hacia algo apasionadamente.

Y después está el esfuerzo de cada día. Porque la libertad ni se encuentra ni se otorga, se construye. No deja de tener gracia el que, ante unas elecciones, tal o cual partido -o la propia jerarquía eclesiástica- diga que «nos da libertad de voto». Nadie «da» la libertad. La libertad no viene de fuera. Pueden partidos o instituciones no poner trabas a nuestra libertad. Pero la libertad es nuestra.

Se construye... lentamente. «La libertad, como la vida -decía Goethe-, sólo la merece quien sabe conquistarla todos los días.» Y es que nunca se es libre de una vez para siempre. Tras todo cambio político se grita: «Ya somos libres.» Pero eso no es ver- dad. Tal vez hemos quitado una tapadera o hemos roto un tipo de cadenas, pero la libertad hay que seguir ganándosela cada día. Y no hay mayor peligro que creerse «ya» libre. «En la lucha por la libertad -decía Ibsen-, asegurar que ya se tiene es testimoniar que ya se ha perdido. La lucha por la libertad es la esencia de la libertad.» La libertad es una fruta que se compra y conquista a plazos. Porque siempre es relativa. Se logran «cotas» de libertad. Nunca entera. Y tiene una terrible facilidad para retroceder. Las cadenas le surgen al hombre como a la tierra los abrojos. Crecen y rebrotan a poco que alguien se descuide.

¿Y cuáles son los enemigos de la libertad? Los hay exteriores e interiores. Los exteriores son infinitos y hoy -esto es grave- tienden a ser cada día más. Están las modas, las costumbres, las rutinas, el «todos lo hacen», las inacabables formas de presión social. ¿Es libre quien viste como todos visten y porque todos visten así? ¿Son libres las nuevas modas que quieren ser tan rebeldes a las viejas formas que acaban convirtiendo esa rebeldía en una nueva moda? ¿Es libre quien piensa como todos piensan porque seria un raro si se atreviera a pensar de modo distinto? Lo repito, tal vez nunca el hombre ha sido tan presionado como hoy: ha de comprar lo que los anuncios le meten por los ojos, ha de ir «donde va Vicente», tiene que hacer esto o aquello porque eso es lo que se lleva.

Pero tal vez el mayor enemigo de la libertad sea la política, incluso esas políticas que dicen ser caminos de libertad. Tiene razón Rosales cuando escribe que «la politización de la vida actual nos ha llevado a una especie de desamortización de la libertad». Y eso no sólo por el hecho de que el pequeño grupo que nosotros mismos -decimos que libremente- hemos elegido termine siempre por apoderarse de decisiones que, en definitiva, debían ser nuestras, sino sobre todo por el hecho de que la «invasión de la política» termina por condicionar esas otras pocas decisiones que aún creemos nuestras y libres. Hoy hay que pensar en bloque: si, por ejemplo, eres socialista o progresista has de elegir forzosamente todas las cosas que algunos o la moda han decidido que van en la línea de¡ progreso. «Tienes» que ser abortista o divorcista o te colocarán la etiqueta de conservador o retrógrado. Y «tienes» que asumir -Incluso- los cambios de tus jefes: has de ser atlantista o anti-Otan -por ejemplo- según gire el viento de la veleta de tus líderes. Al fin la libertad se reduce a la conveniencia del momento. El mal no es nuevo. Hace ya veinte siglos escribía Tácito que «son raros los tiempos felices en los que se puede pensar lo que se quiere y decir lo que se piensa». El debate que Espafía está viviendo en torno al referéndum de la OTAN marca el ínfimo de libertad y el máximo de sumisión a la ventolera que conozca España en toda su historia. Y esto en todos los grupos y partidos.

Pero ahora hay que añadir que los verdaderos y más graves peligros le vienen a la libertad de dentro y no de fuera. «No hay en el mundo señorío como la libertad del corazón», decía Gracián.

¿Y quién es libre en su corazón? ¿Quién puede asegurar que su razón es más fuerte que sus pasiones? «Veo lo bueno y elijo lo malo», confesaba San Pablo. Los que no somos santos comprobamos a diario cómo sustituimos la libertad por el capricho, por los prejuicios, por lo más barato de nosotros mismos. ¿Soy yo libre cuando «libremente» hago el idiota? Cuántas veces la única libertad que ejercernos es la de elegir nuestra propia servidumbre.

Porque esto hay que decirlo: la libertad es cara y dolorosa. Ser libre es ser responsablemente libre. Y ésa es la razón por la que muchas veces elegimos una cómoda esclavitud frente a una costosa libertad. Dostoievski, en su Leyenda del Gran Inquisidor, explica el fracaso de Cristo y su muerte precisamente porque dio libertad a los hombres, cuando los hombres prefieren pan en la esclavitud al tremendo esfuerzo de ser libres. «Da libertad al hombre débil --decía- y él mismo se atará y te la devolverá. Para el corazón débil la libertad no tiene sentido.» Esto es algo que comprobamos todos los días: la gente preferirá siempre ser mandada a que se les enfrente con su propia responsabilidad; prefiere que se les diga lo que «deben» hacer a que se les enfrente con su libre conciencia. También Maquiavelo lo decía: «Tan difícil y peligroso es querer dar la libertad al pueblo que desea vivir en la esclavitud como esclavizar a quien quiere ser libre.» Pero no son muchos los que «soportan» la libertad y el riesgo que lleva consigo. «La libertad -decía Rousseau- es un alimento muy sabroso, pero de difícil digestión.» Es un vino generoso que fácil- mente se sube a la cabeza. Sólo quien está muy acostumbrado puede beber libertad en fuertes dosis sin marearse.

Porque la libertad no sólo tiene por precio la responsabilidad, sino también la incomprensión y, por ende, la soledad. Nada odia tanto el mundo como un hombre independiente. Su sola existencia es una acusación para el borreguismo colectivo. Y pronto te bautizarán de «raro» si no te resignas a introducirte en alguno de los cajones que te ofrecen o si te resistes a que te pongan alguna de las etiquetas que están al ella. Erasmo lo decía con frase triste y exaltante a la vez: «Moriré libre porque he vivido solo. Moriré solo porque he vivido libre.» Pero esa soledad que se asu- me como un precio necesario para ser lo que se es se convierte en el mayor de los premios. Como decía Lord Byron: «Aunque me quede solo, no cambiaría mis libres pensamientos por un trono.»
¿La libertad, entonces, es un don arisco, huraño, que termina coincidiendo con mi propio egoísmo? Aquí tenemos que detener- nos porque ésta sería la mayor de las falsificaciones de esa libertad. Yo no soy libre «para» separarme o distinguirme de los demás. Mi libertad es «mi modo» de vivir con los demás, mi forma de enriquecer al universo siendo fiel a mi mismo y, por tanto, haciéndome mejor para servir a los demás.

Y esto, en primer lugar, porque sé que mi libertad limita con la de los que me rodean. Antes citábamos a Stuart Mill. Voy ahora a completar la cita: «La única libertad que merece este nombre es la de buscar nuestro propio camino en tanto que no privemos a los demás del suyo.» Mi libertad sólo existe si yo respeto la dignidad y libertad de los demás. De otro modo, no soy un hombre libre, sino un invasor, un dictador de la libertad.

Mi libertad, en rigor, me enriquece «para» los demás. El amor a la libertad es amor a los otros. El amor al poder es amor a nosotros mismos. Y Dios nos libre de quienes «imponen su libertad», que acaba siendo siempre su capricho.

Pero aún me parece que no he dicho lo más importante. la libertad es un solar, un solar en el que hay que construir algo. La vieja pregunta de Lenin «libertad, ¿para qué?» tiene, desde este punto de vista, un sentido muy radical. No se es libre para ser libre, se es libre para hacer algo. La libertad no es un fin, es un medio. Y los medios no resuelven los problemas. Preparan el camino para resolverlos, pero no los resuelven. Sobre el solar de la libertad hay que construir algo.

Y tal vez éste sea el más común de los errores: muchos luchan por la libertad, y una vez que creen haberla conseguido, piensan que el sentido de su lucha ha concluido. Y la libertad era sólo el trampolín para saltar hacia algo: hacia la felicidad, hacia la fraternidad, hacia el amor. Ser libre para ser libre puede ser un motivo de orgullo. Pero no sirve para nada. El hombre se hace libre para que sus manos sin cadenas puedan construir algo mejor: su propia vida, la vida de los demás. «La libertad -decía Kant- es una facultad que amplía el uso de las demás faculta- des.» Pero ahora hay que usar la inteligencia libre para que crezca en el mundo la verdad; el corazón libre para que aumente el amor; la fe libre para encontrarse más y mejor con Dios.

¿Y cómo concluir estas notas sin recordar al hombre más libre que ha existido sobre nuestro planeta? Jesús fue radicalmente libre porque libren-lente se entregó a realizar la obra de su Padre; lo fue porque libremente aceptó la muerte por los demás; lo fue apostando Por la verdad y sabiendo que le llevarla a la muerte, respetó la libertad de Judas aunque sabía que le traicionarla; fue libre Porque no estuvo atado a las pasiones ni al pecado; fue libre Porque se realizó plenamente a sí mismo sin pensar jamás en si mismo; fue libre porque fue liberador y fue liberador porque antes había sido verdaderamente libre.

lunes, 5 de mayo de 2014

SEGUNDO PAN: DISCERNIR ENTRE DIOS Y LAS OBRAS DE DIOS por cardenal fco. xavier nguyen van thuan


“Es verdad: Jesús es un amigo exigente que indica metas altas... ¡Abatid las barreras de la superficialidad y del miedo! Reconociéndoos hombres y mujeres «nuevos».”
(Juan Pablo II, Mensaje para la II Jornada Mundial de la Juventud, 1997, n. 3).
Cuando era estudiante en Roma, una persona me dijo: «Tu cualidad más grande es la de ser dinámico, y tu defecto más grande es el de ser 'agresivo'». En todo caso soy muy activo, soy un scout, capellán de los Rover, es un estímulo que cada día me impulsa: correr contra el reloj, tengo que hacer todo lo que me es posible para confirmar y desarrollar la Iglesia en mi diócesis de Nhatrang, antes de que vengan los días difíciles, cuando estemos bajo el comunismo.
En ocho años aumentó el número de 42 a 147 seminaristas mayores; y el de los menores de 200 a 500, en cuatro seminarios; formación permanente de los sacerdotes de seis diócesis de la Iglesia metropolitana de Hue; desarrollar e intensificar la formación de los nuevos movimientos de jóvenes, de laicos, de los consejos pastorales... amo mucho mi diócesis, Nhatrang.
Escoger a Dios y no las obras de Dios: Dios me quiere aquí y no en otra parte.
Y debo dejar todo para ir rápidamente a Saigón, siguiendo las órdenes del Papa Pablo VI, sin tener la oportunidad de decir adiós a todos aquellos a quienes estoy unido por el mismo ideal, con la misma determinación, compartiendo las mismas pruebas y los mismos gozos.
Aquella noche en que grabé mi voz para dar el último saludo a la diócesis, fue la única vez en ocho años en que lloré. ¡Y lloré amargamente!
Después, las tribulaciones en Saigón, el arresto; fui llevado nuevamente a mi primera diócesis de Nhatrang, al cautiverio más duro, no lejos del obispado. Mañana y tarde, en la oscuridad de mi celda, oigo las campanas de la catedral, donde pasé ocho años que me destrozan el corazón; por las noches oigo las olas del mar delante de mi celda.
Luego, en el fondo de un barco que llevaba 1,500 prisioneros hambrientos y desesperados. Y en el campo de reeducación de Vinh-Quang, en medio de otros prisioneros tristes y enfermos, en las montañas.
Sobre todo la larga tribulación de nueve años en aislamiento, sólo con dos guardias, una tortura mental, en el vacío absoluto, sin trabajo, caminando en la celda desde la mañana hasta las 9:30 de la noche para no ser destruido por la artrosis, al límite de la locura.
Muchas veces fui tentado, atormentado por el hecho de que tenía 48 años, edad de la madurez; había trabajado ocho años como obispo, habiendo adquirido mucha experiencia pastoral, ¡y ahora me encontraba aislado, inactivo, separado de mi pueblo, a 1,700 km de distancia!
Una noche, desde el fondo de mi corazón oí una voz que me sugería: «¿Por qué te atormentas así? Tienes que distinguir entre Dios y las obras de Dios. Todo lo que has realizado y deseas continuar haciendo: visitas pastorales, formación de seminaristas, religiosos, religiosas, laicos, jóvenes, construcción de escuelas, de hogares para estudiantes, misiones para evangelización de los no cristianos... todo esto es una obra excelente, ¡son obras de Dios, pero no son Dios! ¡Si Dios quiere que abandones todas estas obras, poniéndolas en sus manos hazlo pronto y ten confianza en Él. Dios lo hará infinitamente mejor que tú; confiará sus obras a otros que son mucho más capaces que tú. Tú has elegido sólo a Dios, no sus obras».
Había aprendido a hacer siempre la voluntad de Dios. Pero esta luz me da una fuerza nueva que cambia totalmente mi modo de pensar y que me ayuda a superar momentos de sufrimiento, humanamente imposibles de soportar.
A veces un programa bien desarrollado debe dejarse sin terminar; algunas actividades iniciadas con mucho entusiasmo quedan obstaculizadas; misiones de alto nivel se degradan hasta ser actividades menores. Quizá estés turbado o desanimado. Pero ¿me ha llamado a seguirlo a Él o a esta iniciativa o a aquella persona? Deja que el Señor actúe: Él resolverá todo y mejor.
Mientras me encuentro en la prisión de Phú-Khánh, en una celda sin ventana, hace muchísimo calor, me sofoco, siento disminuir mi lucidez poco a poco hasta la inconsciencia; a veces la luz permanece encendida día y noche; a veces siempre está oscuro; hay tanta humedad que crecen los hongos en mi lecho. En la oscuridad vi un agujero en la parte baja del muro —para hacer correr el agua—: así pasé más de cien días por tierra metiendo la nariz en este agujero para respirar. Cuando llovía, subía el nivel del agua, y entonces entraban por el agujero pequeños insectos, pequeñas ranas, lombrices y ciempiés entraban desde fuera; los dejaba entrar, ya no tenía fuerza para echarlos fuera.
Escoger a Dios y no las obras de Dios: Dios me quiere aquí y no en otra parte.
Cuando los comunistas me metieron en el fondo del barco Hâi-Pông con otros 1,500 prisioneros, para transportarnos al norte, viendo la desesperación, el odio, el deseo de venganza sobre las caras de los detenidos, compartí su sufrimiento, pero rápidamente me llamó otra vez esta voz: «escoge a Dios y no las obras de Dios», y yo me decía: «De veras, Señor, aquí está mi catedral, aquí está el pueblo de Dios que me has dado para que lo cuide. Debo asegurar la presencia de Dios en medio de estos hermanos desesperados, miserables. Es tu voluntad, entonces es mi elección».
Llegados a la montaña de Vinh-Phû, al campo de reeducación, donde hay 250 prisioneros, que en su mayoría no eran católicos, esa voz me llama de nuevo: «Escoge a Dios y no las obras de Dios». «Sí, Señor, tú me mandas aquí para ser tu amor en medio de mis hermanos, en el
hambre, en el frío, en el trabajo fatigoso, en la humillación, en la injusticia. Te elijo a ti, tu voluntad, soy tu misionero aquí».
Desde ese momento me llena una nueva paz y permanece en mí durante 13 años. Siento mi debilidad humana, renuevo esta elección ante las situaciones difíciles, y nunca me falta la paz.
Cuando digo: «Por Dios y por la Iglesia», me quedo en silencio en la presencia de Dios y me pregunto honestamente: «Señor, ¿trabajo sólo por ti? ¿Eres siempre el motivo esencial de todo lo que hago? Me avergonzaría admitir que tengo otros motivos más fuertes».
Escoger a Dios y no las obras de Dios.
Es una bella elección, pero difícil. Juan Pablo II los interpela a ustedes: «Queridísimos jóvenes, como los primeros discípulos, ¡seguid a Jesús! No tengáis miedo de acercaros a Él. No tengáis miedo de la 'vida nueva' que Él os ofrece: Él mismo, con la ayuda de su gracia y el don de su Espíritu, os da la posibilidad de acogerla y ponerla en práctica» (Mensaje para la XII Jornada Mundial de la Juventud, 1997, n. 3).
Juan Pablo II anima a los jóvenes mostrándoles el ejemplo de santa Teresa del Niño Jesús: «Recorred con ella el camino humilde y sencillo de la madurez cristiana, en la escuela del Evangelio. Permaneced con ella en el 'corazón' de la Iglesia, viviendo radicalmente la opción por Cristo» (Mensaje para la XII Jornada Mundial de la Juventud, 1997, n. 9).
El muchacho del Evangelio hizo esta opción ofreciendo todo: cinco panes y dos peces en las manos de Jesús, con confianza. Jesús hizo «las obras de Dios», dando de comer a 5,000 hombres y a las mujeres y a los niños.
Oración
Dios y su obra
Por tu amor infinito, Señor, me has llamado a seguirte, a ser tu hijo y tu discípulo.
Luego me has confiado una misión que no se asemeja a ninguna otra, pero con los mismos objetivos de las demás: ser tu apóstol y testigo.
Sin embargo, la experiencia me ha enseñado que continúo confundiendo dos realidades: Dios y sus obras.
Dios me ha dado la tarea de sus obras.
Algunas sublimes, otras más modestas;
algunas nobles, otras más ordinarias.
Comprometido en la pastoral en la parroquia, entre los jóvenes, en las escuelas, entre los artistas y los obreros, en el mundo de la prensa, de la televisión y la radio, he puesto en ello todo mi ardor, utilizando todas mis capacidades.
No me he reservado nada, ni siquiera la vida.
Mientras estaba así, apasionadamente inmerso en la acción, me encontré con la derrota de la ingratitud, del rechazo a colaborar, de la incomprensión de los amigos, de la falta de apoyo de los superiores, de la enfermedad y la debilidad, de la falta de medios...
También me aconteció, que en pleno éxito, cuando era objeto de aprobación, de elogios y de apego para todos, fui imprevistamente removido y se me cambió de papel. Heme aquí, pues, poseído por el aturdimiento camino a tientas como en la noche oscura.
¿Por qué, Señor, me abandonas? No quiero desertar de tu obra. Debo llevar a término mi tarea, terminar la construcción de la Iglesia... ¿Por qué atacan los hombres tu obra? ¿Por qué le quitan su sostén? Ante tu altar, junto a la Eucaristía, He oído tu respuesta, Señor: «¡Soy yo al que sigues, no a mi obra! Si lo quiero me entregarás la tarea confiada. Poco importa quién tome el puesto; es asunto mío. Debes elegirme a Mí».
“En el aislamiento en Hanoi (Vietnam del Norte), 11 de febrero de 1985, memoria de la aparición de la Inmaculada en Lourdes.”

martes, 28 de enero de 2014

EN LA CRUZ HALLAMOS EL EJEMPLO DE TODAS LAS VIRTUDES

De las conferencias de Santo Tomás de Aquino



¿Era necesario que el Hijo de Dios padeciera por nosotros? Lo era, ciertamente, y por dos razones fáciles de deducir: la una, para remediar nuestros pecados; la otra, para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar.

Para remediar nuestros pecados, en efecto, porque en la pasión de Cristo encontramos el remedio contra todos los males que nos sobrevienen a causa del pecado.

La segunda razón tiene también su importancia, ya que la pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida. Pues todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo apeteció. En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes.

Si buscas un ejemplo de amor: Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. Esto es lo que hizo Cristo en la cruz. Y, por esto, si él entregó su vida por nosotros, no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por él.

Si buscas un ejemplo de paciencia, encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son las que nos dan la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males, o sufrir, sin rehuirlos, unos males que podrían evitarse. Ahora bien, Cristo, en la cruz, sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que en su pasión no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca. Grande fue la paciencia de Cristo en la cruz: Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia.

Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato y morir.

Si buscas un ejemplo de obediencia, imita a aquel que se hizo obediente al Padre hasta la muerte: Si por la desobediencia de uno -es decir, de Adán- todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.

Si buscas un ejemplo de desprecio de las cosas terrenales, imita a aquel que es Rey de reyes y Señor de señores, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer, desnudo en la cruz, burlado, escupido, flagelado, coronado de espinas, a quien finalmente dieron a beber hiel y vinagre.

No te aficiones a los vestidos y riquezas, ya que se repartieron mis ropas; ni a los honores, ya que él experimentó las burlas y azotes; ni a las dignidades, ya que le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado; ni a los placeres, ya que para mi sed me dieron vinagre.


Fuente

Evangelio del Martes 28 de Enero del 2013





lunes, 27 de enero de 2014

Salmo




Salmo 88, 20-22. 25-26

R. Mi fidelidad y mi amor lo acompañarán.

Tú hablaste una vez en una visión y dijiste a tus amigos: “Impuse la corona a un valiente, exalté a un guerrero del pueblo”. R.

Encontré a David, mi servidor, y lo ungí con el óleo sagrado, para que mi mano esté siempre con él y mi brazo lo haga poderoso. R.

Mi fidelidad y mi amor lo acompañarán, su poder crecerá a causa de mi Nombre: extenderé su mano sobre el mar y su derecha sobre los ríos. R.

Evangelio del Lunes 27 de Enero del 2014



viernes, 1 de noviembre de 2013

Encuentro


La fe


Contemplación



Contemplativo no es el que prepara su mente para un mensaje particular, que él quiere o espera escuchar, sino el que permanece vacío porque sabe que nunca puede esperar o anticipar la palabra que transformará su oscuridad en luz. La contemplación es la culminación de la vida cristiana de oración, porque el Señor no desea nada de nosotros más que convertirse él mismo en nuestro "camino", en nuestra "verdadera vida". Esta es la única finalidad de su venida a la tierra para buscarnos, para poder elevarnos, juntamente con él, al Padre. Sólo en él y con él podemos alcanzar al Padre invisible, al que nadie podrá ver y seguir viviendo. Muriendo a nosotros mismos, y a todas las "maneras", "lógicas" y "métodos" propios nuestros, podemos ser contados entre aquellos a los que la misericordia del Padre ha llamado a sí en Cristo.


Thomas Merton (La oración contemplativa)